Paz de santidad (poema en prosa)
Revista Síntesis, Año III, Nº 26, Buenos Aires, 1929
En el claro de un bosque de la India oraba Teresa de Jesús, divina y desnuda. La piel, de una blancura total, descubría su seda en abundancia a través de la púdica protección de la cabellera, pues también total era la desnudez de su cuerpo. Y así Teresa toda, era una santa tentación. ¿Oraba, dije? En realidad, ya no. Suspensa en la plenitud de un éxtasis, con su alma en el transmundo metafísico, conservaba en los labios la expresión del rezo sólo como recuerdo apagado de su dulzura interior. Pero, en cambio, la mirada volaba por regiones angélicas, imperceptible y remota como el haz de la más pequeña estrella. Por un senderó que cortaba aquel claro del bosque, apareció de pronto el Buda que, monacal y profundo en su continente, iba por allí camino del Nirvana. Franciscana nobleza en su semblante y beatitud perfecta en su corazón, trascendían de él dándole jerarquía de dios. Y advirtiendo a Teresa en su rara inmovilidad de estatua, arrodillada a la derecha del camino, no titubeó en separarse de su ruta para preguntarle: — ¿Necesitas ayuda, hermana?